Con una estrecha vía empedrada se
erige la Numa Pompilio Llona en las faldas del Cerro Santa Ana. Esta calle, cuyo
nombre rinde homenaje a un poeta guayaquileño, fusiona lo tradicional con lo
moderno y logra transportarnos a la época en la que los guayaquileños se
escudaban tras los cañones del Fortín para defenderse del ataque pirata y que,
años más tarde, se convirtió en cuna de grandes artistas.
La escultora Yela Loffredo, quien habita en esta calle hace más de 48 años, sostiene que “las historias vienen de generación en generación al igual que el arte y los guayaquileños llevamos el arte y la cultura es los genes”.
Por ello, en este acceso denominado “la calle de la orilla”, algunos de sus actuales habitantes se dedican a transformar el lienzo blanco en una amalgama de colores. Con este fin existen nueve establecimientos comerciales de obras populares, cuyos artistas no sólo se dedican a la exhibición y comercialización de obras sino que también dictan talleres de pintura para formar jóvenes con talento.
Antonio Mafaldo, artista de 58 años, alquila el inmobiliario 162 de esta popular calle y lo utiliza como taller galería ya que se dedica a realizar obras de arte populares especialmente de lona con pintura de óleo para luego exhibirlas y comercializarlas. Desde los 19 años se dejó conquistar por el mundo de las artes y ha dedicado toda su vida al perfeccionamiento de su técnica. “Tengo la suerte de vivir del arte y con todas las emociones que permite tener el color y las formas y sobre todo la inspiración que a uno le brinda, estoy envuelto en un mundo lleno de colores”, confiesa Mafaldo mientras nos invita a hacer un recorrido por su galería observando detenidamente cada una de sus obras.
Al fondo del lugar observamos una pintura que aún está inconclusa. Se trata de un paisaje pintado en tonos vivos y llamativos que obedece a la inspiración de que Mafaldo siente en ciertos momentos del día.
Este artista oriundo de Perú y radicado en la ciudad hace más de 38 años, formó su hogar con la guayaquileña, Rosario Miranda, con quien tuvo a su hijo Ricardo.
Ricardo, al igual que su padre es artista y desde la etapa del colegio le gustaba dibujar comics y pintar, fue alumno de Antonio en innumerables talleres y lleva en los genes el don de su progenitor. Actualmente con 26 años exhibe sus obras en la Numa Pompilio porque: “la gente sabe que en este lugar los cuadros son originales, no hay copias”.
Esta pasión que sienten por el arte se ve multiplicada en los rostros y confesiones de otros pintores que, como ellos, creen que este es el motor que los impulsa día a día. Así lo afirma José Yagual, quien está temporalmente vendiendo sus cuadros en esta calle y comenta que, a pesar de haber estado en otros países de Sudamérica, la Numa Pompilio tiene un encanto que lo obliga a regresar al puerto principal.
Los precios de las obras pueden variar de acuerdo a la experiencia del artista. Ricardo Mafaldo opina que “cada artista le sitúa valor a su obra, yo puedo pedir $5000 pero tengo que estar consiente de mi trabajo y el medio donde me manejo no da para pedir tanto, aunque el valor de una obra está detrás de la trayectoria de un artista; bueno yo ya tengo seis años, pero en cuanto a mi papá él puede pedir unos dos mil dólares y le dan”.
Desde hace casi medio siglo esta calle también sirve como vitrina para la exhibición diversas pinturas y obras al aire libre en las fiestas guayaquileñas. Al principio esto se dio por iniciativa de los propios artistas y con el paso del tiempo se sumaron instituciones públicas, privadas y sin fines de lucro con la finalidad de respaldar el arte de la ciudad, comenta Francesco Aycart, del Departamento de Dirección de Acción Social y Educación del Municipio de Guayaquil.
José Paredes, quien esporádicamente visita esta famosa calle para comprar obras de arte, señala que le apasiona el recuerdo que emana el lugar y le emociona pensar que se lleva consigo parte de la cultura de la cuidad.
Redacción:
Leslie Martillo
Noelia Córdova
La escultora Yela Loffredo, quien habita en esta calle hace más de 48 años, sostiene que “las historias vienen de generación en generación al igual que el arte y los guayaquileños llevamos el arte y la cultura es los genes”.
Por ello, en este acceso denominado “la calle de la orilla”, algunos de sus actuales habitantes se dedican a transformar el lienzo blanco en una amalgama de colores. Con este fin existen nueve establecimientos comerciales de obras populares, cuyos artistas no sólo se dedican a la exhibición y comercialización de obras sino que también dictan talleres de pintura para formar jóvenes con talento.
Antonio Mafaldo, artista de 58 años, alquila el inmobiliario 162 de esta popular calle y lo utiliza como taller galería ya que se dedica a realizar obras de arte populares especialmente de lona con pintura de óleo para luego exhibirlas y comercializarlas. Desde los 19 años se dejó conquistar por el mundo de las artes y ha dedicado toda su vida al perfeccionamiento de su técnica. “Tengo la suerte de vivir del arte y con todas las emociones que permite tener el color y las formas y sobre todo la inspiración que a uno le brinda, estoy envuelto en un mundo lleno de colores”, confiesa Mafaldo mientras nos invita a hacer un recorrido por su galería observando detenidamente cada una de sus obras.
Al fondo del lugar observamos una pintura que aún está inconclusa. Se trata de un paisaje pintado en tonos vivos y llamativos que obedece a la inspiración de que Mafaldo siente en ciertos momentos del día.
Este artista oriundo de Perú y radicado en la ciudad hace más de 38 años, formó su hogar con la guayaquileña, Rosario Miranda, con quien tuvo a su hijo Ricardo.
Ricardo, al igual que su padre es artista y desde la etapa del colegio le gustaba dibujar comics y pintar, fue alumno de Antonio en innumerables talleres y lleva en los genes el don de su progenitor. Actualmente con 26 años exhibe sus obras en la Numa Pompilio porque: “la gente sabe que en este lugar los cuadros son originales, no hay copias”.
Esta pasión que sienten por el arte se ve multiplicada en los rostros y confesiones de otros pintores que, como ellos, creen que este es el motor que los impulsa día a día. Así lo afirma José Yagual, quien está temporalmente vendiendo sus cuadros en esta calle y comenta que, a pesar de haber estado en otros países de Sudamérica, la Numa Pompilio tiene un encanto que lo obliga a regresar al puerto principal.
Los precios de las obras pueden variar de acuerdo a la experiencia del artista. Ricardo Mafaldo opina que “cada artista le sitúa valor a su obra, yo puedo pedir $5000 pero tengo que estar consiente de mi trabajo y el medio donde me manejo no da para pedir tanto, aunque el valor de una obra está detrás de la trayectoria de un artista; bueno yo ya tengo seis años, pero en cuanto a mi papá él puede pedir unos dos mil dólares y le dan”.
Desde hace casi medio siglo esta calle también sirve como vitrina para la exhibición diversas pinturas y obras al aire libre en las fiestas guayaquileñas. Al principio esto se dio por iniciativa de los propios artistas y con el paso del tiempo se sumaron instituciones públicas, privadas y sin fines de lucro con la finalidad de respaldar el arte de la ciudad, comenta Francesco Aycart, del Departamento de Dirección de Acción Social y Educación del Municipio de Guayaquil.
José Paredes, quien esporádicamente visita esta famosa calle para comprar obras de arte, señala que le apasiona el recuerdo que emana el lugar y le emociona pensar que se lleva consigo parte de la cultura de la cuidad.
Redacción:
Leslie Martillo
Noelia Córdova
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